Hace falta más cultura preventiva

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Carles Capdevila, periodista y director del Periódico ARA editado en Barcelona, escribió hace unos días el artículo de opinión titulado ¿Por qué nos cuesta tanto prevenir? (artículo en catalán), en el que hace una reflexión sobre la importancia de la prevención y la necesidad de considerar la promoción de la salud como una inversión y no como un gasto. Entiendo su argumento, y entiendo también el motivo que seguramente le ha  llevado a escribir este artículo. El coste, y no sólo me refiero al coste económico, que supone tratar las enfermedades y mantener la salud, es muy elevado y se hace cada vez más insostenible.
Vivimos más años, la medicina ha avanzado mucho, por suerte, y nuestro estilo de vida es más que mejorable. Con esta realidad, se hace evidente, la dificultad de sostener un sistema sanitario público que, a pesar de tener los mejores centros hospitalarios con profesionales e investigadores internacionalmente reconocidos por la comunidad científica, no puede asumir la creciente pérdida generada, sobre todo, por la elevada prevalencia de las enfermedades crónicas.

Ayer leía una publicación de la Fundació Universitaria del Bages, que afirmaba que cada enfermo con demencia acaba arrastrando tres adultos dedicados en exclusiva a él (informales o profesionales), debido a su alto grado de dependencia. Mucho por sostener y más aún que vendrá.

He trabajado 20 años como enfermera en 4 grandes hospitales, atendiendo principalmente pacientes de oncología y cardiología, y me hacía la misma pregunta que Carles: ¿Por qué cuesta tanto prevenir? Muchas de las enfermedades tenían factores de riesgo modificables, relacionados con los hábitos de salud y el estilo de vida, y pensé que no podía esperar a que la enfermedad estuviera ya diagnosticada o avanzada. Sentí la necesidad de hacer algo desde mucho antes, e hice el salto hacia afuera.

Ahora me dedico a educar en salud, promoviendo hábitos e impulsando la cultura preventiva. Trabajo con las organizaciones empresariales y en el sector educativo, pero también con los ciudadanos de a pie, acompañando a las personas y a sus familias. Mientras que la salud ya empieza a ser un objetivo estratégico en algunas compañías como herramienta de optimización de los recursos y mejora del proceso productivo, otras están a años luz y todavía queda mucho camino por recorrer. Cuando intervenimos en las empresas, nos encontramos con personas con hábitos y conductas poco saludables y nuestro reto, que no es tarea fácil, es intentar cambiar estas conductas y reconducir y reeducar los hábitos. Pero es más fácil adquirir un nuevo hábito que cambiar uno existente, y antes de reeducar, debemos haber educado. Es por esto que el verdadero cambio, el que puede transformar la salud organizacional y también la de las generaciones futuras, vendrá de intervenciones transversales, educativas y sanitarias, dirigidas a la infancia; intervenciones que mejoren los conocimientos y promuevan el empoderamiento y desarrollo de habilidades personales para el autocuidiado de la salud.

¿Cuánto pagaríamos a cambio de no enfermar?

Debemos tener en cuenta que los hábitos de salud se forman en la infancia y se consolidan pasada la adolescencia. Todo aquello que aprendimos de pequeños, lo interiorizamos y lo mantenemos a lo largo de los años. Pero, ¿cuál es la realidad? Que tenemos un índice de sobrepeso y obesidad infantil muy elevados, que somos una sociedad muy sedentaria y que estamos expuestos a un elevado estrés por nuestra forma frenética de vivir.
En el artículo, Carles Capdevila, habla de dietas milagro, de exhibicionismo, de practicar la vida sana en silencio… creedme, reflexiono mucho sobre esto,  ¿Sabéis lo que realmente me duele como profesional? Que ahora hay una moda que va al otro extremo, que no tiene como objetivo la prevención como estrategia de salud pública, sino “lo saludable” como estrategia de marketing y de vender más. Y como Enfermera, me duele. ¿Cuánto pagaríamos a cambio de no enfermar? No espero respuestas, pero estoy segura que daríamos lo que fuera, y algunos de los que se han sumado al carro de “lo saludable” esto, lo saben muy bien. Para quien sufre una enfermedad, la salud, no tiene precio y algunos, se aprovechan.
Es entonces cuando se producen también paradojas e irracionalidades, porque el grado de confusión sobre aspectos de salud entre la población es tal, que hay personas muy desorientadas. Hace unos meses, entró una persona en mi despacho preocupada porque había oído hablar del poder curativo de las algas. Me dijo: He intentado comerlas, te lo aseguro, porque sé que son buenas para mi salud, pero no me gustan nada y querría que me gustaran. ¿En serio, es necesario? ¿Debemos confundir a las personas cuando somos una sociedad mediterránea, con una cultura alimentaria arraigada de hace siglos, que además es una de las dietas avaladas por la comunidad científica como una de las más saludables del mundo? Realmente, no hace falta. Lo peor de todo, es que la persona en cuestión es una mujer fumadora y dudo mucho que quién le recomendó el consumo de ciertos productos de alimentación, fuera un profesional sanitario, porque lo más profesional, adecuado, sensato y prioritario habría sido primero escuchar y luego recomendar estrategias para que esta mujer fumadora empedernida y a quien no le gustan las algas, dejase de fumar. Cuando se comunica y se hacen recomendaciones en salud, se tiene que tener conocimientos, pero sobre todo se debe ser prudente, humilde, y medir mucho el discurso.

Hagamos que la cultura de la prevención forme parte del ADN de las futuras generaciones

Cómo bien dice, Carles, sigamos hábitos saludables y cuidémonos en silencio. Pidamos asesoramiento a aquellos profesionales expertos en salud, y no creamos en los falsos mitos que circulan por la red. Miremos concienzudamente quién hay detrás de ciertas recomendaciones y no nos dejemos engañar porque “pagaríamos lo que fuera” para curarnos o para no enfermar.
Pero sobre todo, invirtamos en los adultos de mañana, dediquémonos a los niños y niñas para que crezcan sabiendo cuidar y cuidarse, démosles herramientas para discernir sobre qué es bueno y seguro para su salud y qué no lo es. Hagamos que la cultura de la prevención forme parte del ADN de las futuras generaciones, y tengamos siempre presente que un euro invertido en educación, es mucho más productivo que un euro gastado en sanidad. Apliquemos más el sentido común.

Marta Prats
Enfermera y directora de Nútrim